GOMEZ12102020

49 años 
Samuel Schmidt

Austin.- El sistema priista navegó sobre varios principios cohesionadores, entre los que destacan corrupción y represión. Con la corrupción se buscaba cooptar a los líderes, ofreciéndoles las mieles del poder, destacando empleo fijo, buenos sueldos y la posibilidad de enriquecerse; pero para los que no aceptaban la zanahoria, estaba presente el garrote; la fórmula la aplicaron selectivamente a periodistas y líderes sociales; y colectivamente, con una serie de actos violentos orientados a descabezar cualquier iniciativa de protesta. 

Desde muy temprano se destacaron eventos sangrientos, como en Río Frío, Cananea (en la época revolucionaria), que aleccionarían a la clase obrera para que entendiera que fuera del corporativismo estatal, nada; pero también agredieron a los pueblos originarios, que fueron y son despojados. Pero también está el asesinato de líderes como Carranza, Serrano, Gómez; y posteriormente Rubén Jaramillo, por mencionar solamente uno de una larga lista de traicionados y mártires; se encarceló y encarcela a líderes, pero luego llegaron las grandes represiones que para los sesentas del siglo pasado se agudizan.  

Durante el “milagro mexicano”, que registra elevado crecimiento económico y baja inflación, el PRI crea una política de masas que incorpora a todas las clases sociales; pero para la década de 1960, el modelo se va agotando y empiezan a presentarse tensiones mal atendidas, que derivan en conflictos entre las capas medias, especialmente en las universidades. 

El sistema se vuelve cada día más intolerante y las escuelas son agredidas impunemente. En la cuenta está el conflicto estudiantil en Chapingo, Michoacán, Distrito Federal, Guadalajara, Monterrey, que son enfrentados por un gobierno que cree firmemente en la cruzada anti comunista alimentada por la ultraderecha y el gobierno de Estados Unidos. En Díaz Ordaz se conjuga la CIA y el Intermarium, y el Estado se bate con todo en contra de los protestantes al etiquetarlos de comunistas. 

Mientras tanto, la izquierda se aleja de las masas y se enreda en debates ideológicos de muy poca relevancia para la realidad política. 

Así confluye la cerrazón y la barbarie del estado para enfrentar a la protesta política pacífica, y produce una coyuntura que termina por convencer a muchos –especialmente jóvenes– que el camino no está por la vía electoral, o de las instituciones que fomenta y tolera el priismo, y deciden abrigar la vía armada. 
Este año los sobrevivientes y luchadores por la democracia han realizado serias sesiones de reflexión sobre lo que sucedió. Sería un error considerar un protagonismo definitivo, por ejemplo, que la Liga Comunista 23 de Septiembre, que cumple 49 años de haber sido fundada, fue la única o más significativa de esas fuerzas; pero ciertamente es la que significó esa lucha, aunque el Estado persiguió con rabia a todos los grupos. 

La barbarie del gobierno continuó en la guerra sucia, para eliminar de raíz a todas la fuerzas revolucionarias. Encontramos al anticomunismo de la CIA y de la iglesia católica, con la bestialidad de los militares estadounidenses que entrenaron a los militares para torturar y eliminar salvajemente a los opositores; se dan la mano los gorilas sudamericanos (que me disculpen los simios por la comparación) con los mexicanos en sus métodos de tortura y eliminación; desde el cielo mexicano caen cuerpos de activistas tal y como lo hicieron en Argentina. 

Pero la barbarie no terminó cuando desarticularon a las guerrillas y encarcelaron a los dirigentes que sobrevivieron; siguieron masacrando a la sociedad, y para eso tuvieron su Acteal, Aguas Blancas, Ayotzinapa, y la guerra de Calderón-Peña Nieto, que ha desatado un río de sangre a lo largo y ancho del país. 

Los guerrilleros han ido soltando la pluma para que sus testimonios entren a la historiografía nacional, y hay muchas esperanzas para que la Comisión de la Verdad dé a conocer a los responsables de la barbarie. 

En su momento otra comisión cometió el error (¿involuntario?) de acusar a Echeverría de genocidio, de lo que salió inocente. Lo que hizo el sistema político mexicano fueron crímenes de lesa humanidad; por ese delito encarcelaron a Pinochet, esos crímenes no prescriben y para sanar las heridas mexicanas es necesario llevar a juicio a esos criminales. 

No se trata de exigir sangre, pero restaurar la justicia requiere dos pasos: 1) castigar a aquellos que echando mano del Estado agredieron a la sociedad impunemente; y 2) Los guerrilleros exigen –con razón– que se les reconozca su condición de combatientes, al igual que se les reconoce a los que los reprimieron y asesinaron. Es pertinente que el Estado reconozca a los que sacrificaron todo obligados a irse a los márgenes de la política para que se hiciera algo de democracia. 

Se cumplen 49 años del inició de una parte de la lucha que ayudó a construir los avances democráticos que tenemos, aunque no ha sido menor derrotar al PRIAN, pero en justicia esa lucha lleva muchos años más y le falta camino por recorrer.